martes, 12 de octubre de 2010

Introducción

 Alguna vez conocí a alguien que decía siempre que para escribir poesía hay algo que no tenemos que entender. El pensaba que la poesía se trataba, justamente, de perder el centro, hacer la embriaguez de la conjunción de imágenes poéticas, del sonido, del ritmo. Hace años que no lo veo. Pero siempre volví sobre esto que si bien no era, creo, más que una excusa para su obra, sí un planteo no menos que razonable. El vivía en uno de los primeros pisos de un edificio cerca de Plaza Pueyrredón. Allí la poesía abunda. Una vez me prestó un libro: Synesthesia: A Union of the Senses. Nunca lo leí, fuera por falta de tiempo, o por pura pereza. Pero desde el título, ya, hay algo que nos es sugerido y que tal vez nunca se hiciera explicito en palabras de mi amigo. Figurarse el sonido de un auto que pasa, atribuirle un ritmo a las estatuas que nos observan, al concreto, dar forma al paso de un peatón, una re-configuración permanente, en cada uno de los momentos de la comunicación (o aún, de la comunicación imposible). Tal vez fuera la poesía la forma más completa de la gesamtkunstwerk (obra de arte total) acuñada por Wagner: agrega, necesariamente, el sentido de una experiencia, de la experiencia poética. El distanciamiento entre la imagen poética (o el poema en su integridad) y el lector aparece marcado por el enigma planteado por el escritor (aquello que "no tenemos que entender"), pero se anula en la búsqueda imposible de un sentido. El enigma es doble: uno, el planteado por el autor (el autor le pregunta al poema), el otro, el de la forma: ¿es la imagen la que representa al sonido o es al revés? ¿uno es el mero reflejo del otro o reflejo son ambos? La multiplicación es (va a ser) infinita [...]


Julián L. Moreno

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